“¡DICHOSO EL
SENO QUE TE LLEVÓ Y LOS PECHOS
QUE TE CRIARON!” Lc 11,27.
Al celebrarse
hoy el Día de la Madre, saludo con agradecimiento
y veneración a todas las Madres de la Arquidiócesis de Trujillo y del Perú
entero. Me impulsa el deber de expresarles mi gratitud,
reconocimiento y admiración, con la certeza de que el amor y la dulzura de Dios
se refleja en el rostro y en la vida de aquellas que nos dieron la vida.
Doy gracias al Señor por su designio sobre la vocación
y la misión de la mujer en el mundo. Le doy gracias por cada madre, por lo que
representan en la vida de todo ser humano que viene a este mundo, porque la maternidad en su esencia es apertura hacia Dios, ya que expresa el
gozo y la convicción de participar en el gran misterio de la eterna creación.
Los dolores y la alegría del parto son experiencias
reservadas solo para ellas, y esto las hace Sonrisas de Dios para cada niño que viene a la luz, las hace guías
de sus primeros pasos, seguridad en su crecimiento, punto de referencia en el
camino de la vida.
La maternidad es una maravillosa
realidad que encierra el misterio de la vida hecha a imagen y semejanza de
Dios, mediante una particular entrega al servicio de la
comunión y de la vida,
pues en el seno de una madre se unen cuerpo y alma para la eternidad, se forma
un nuevo ser con un corazón creado para amar, con una libertad capaz de elegir
y una inteligencia para dirigir los destinos de la humanidad.
Al reflexionar
sobre la maternidad pienso en la vocación de heroicidad que los tiempos
actuales reclaman de las madres para ser protectoras de los niños, fortaleza de
los hijos que crecen, guía de los hijos que se alejan y bálsamo de los hijos
heridos.
En este día especial,
cómo no dirigir nuestro corazón y nuestra mente para acompañar la soledad de
las madres olvidadas por sus hijos, de las que se encuentran privadas de su
libertad; acompaño a las que soportan la cruz de la enfermedad y a todas las
que sufren heridas en su dignidad humana o maternal. Invoco a todos a volver el
rostro hacia las madres que son víctimas de injusticias o de explotación, y a
las que son víctimas silenciosas de la violencia familiar.
Invito a todos
a elevar nuestras plegarias por las madres que están junto a nosotros
alegrándonos con su presencia amorosa, como también de las que ya “viven en
Dios” gozando de su misericordia en el cielo, pero que siguen acompañándonos con su presencia
invisible pero real.
Finalmente,
invoco a los hijos para que sean el consuelo y la alegría de sus padres, pues
nos recuerda la Sagrada Escritura: “Honra
a tu padre y a tu madre, como te lo ha mandado el Señor tu Dios, para que se
prolonguen tus días y seas feliz en el suelo que tu Dios te dá” (Dt 5,16).
María Madre de la
Iglesia y Madre nuestra, por su obediencia a la Palabra de Dios, ha acogido la
vocación privilegiada, nada fácil, de esposa del Espíritu Santo y de madre de
Jesús en la familia de Nazaret. Poniéndose al servicio de Dios, ha estado
también al servicio de los hombres. Ella que es Madre del eterno y viviente amor hermoso, nos
acompañe a todos con su incesante protección.
¡FELIZ DÍA A
TODAS LAS MAMÁS!
Trujillo, 10
de mayo del 2015
+ MIGUEL CABREJOS VIDARTE, O.F.M
Arzobispo
Metropolitano de Trujillo
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